Vacío



Corro descalzo dentro de mí. ¿Cómo es eso? Parece una locura, ajena a lo concreto y a lo existente.

Si me pienso desde lo  sólido y lo material, correr en mi vacío no es más que imaginación, fantasía y hasta vicio.

Pero el vacío está ahí. Hoy sé que eso no es terrible, como siempre supuse que lo sería. Hoy sé que puedo poblarlo o desertizarlo cuando quiera, o cuando esa mano camuflada ahí afuera, esa Mano, haga algún movimiento y lo hueco fluctúe bajo su influencia enorme.

Esto es místico, sí lo es. Es concreto, sí, lo es también. Sólo hace falta mirarlo y verlo, no con los ojos cotidianos, esos que ven edificios y malas intenciones en los otros. Hay que, si uno quiere, si vos querés, si yo quiero, sumergirse un rato, bucear un poco, atravesar entrañas, trepar el viento y enlazar esa nada o ese algo, entrar a la cueva. Asusta, claro que asusta. A mí me asusta.

Luego, con calma, cuando pasa el temblor, una luz se enciende ahí adentro y hace lo suyo. ¿Tiene nombre esa luz? Muchos. Yo aun no le puse uno personal, para no llamarla mía. ¿Será que aún conservo algo de modestia?

Ese vacío es un canal, una pantalla quizás, una hoja en blanco. Ahí puedo escribir los versos más tristes, ésta, u otra noche, o reír como loco; puedo jugar y revolcarme y puedo construir catedrales, parlamentos, foros romanos, faros en la noche obscura del alma, de mí alma, puedo crear el sonido del colibrí aleteando cerca de mi cabeza y el sigiloso reptar de una babosa, puedo crecer como un rizoma o inundarme de lágrimas, en síntesis, como factor común y mínimo común denominador: ahí PUEDO, ahí, en el vacío, sí PUEDO, no en lo lleno…

Osvaldo Trossero
Mayo de 2013

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