El mito de la caverna (interpretación de la alegoría de Platón)

Somos prisioneros que habitamos una caverna subterránea. Desde niños estamos encadenados e inmóviles. Sólo podemos mirar y ver el fondo de la caverna. Detrás nuestro, en un plano más elevado hay un fuego que proyecta luz sobre ese fondo, como si fuera una pantalla; entre el fuego y nosotros, prisioneros, hay un camino más alto al borde del cual se encuentra una pared, un  tabique, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima de él, los muñecos. Este tabique es el apoyo de nuestras espaldas. Por el camino desfilan unos individuos extraños, algunos de los cuales hablan, otros silban o murmuran; portan en sus manos  esculturas y pancartas que representan distintas cosas: unos figuras de animales, otros de árboles, formas geométricas y objetos artificiales sin sentido siquiera.  Dado que entre estos raros paseantes  y nosotros  se encuentra la pared, sobre el fondo sólo se proyectan las sombras de los objetos portados por ellos, que además se deforman en la rugosidad de las rocas.  No podemos ver a quienes los llevan, ni siquiera imaginamos su presencia, ni que, de alguna forma, son nuestros carceleros.  Así nosotros creemos que esas sombras proyectadas que vemos todo el tiempo, y el eco de las voces que oímos, son la realidad misma: la única existente, además de nosotros mismos, que apenas nos percibimos.

En un momento, soy liberado de las cadenas y de golpe obligado a levantarme, a volverme hacia la luz y a mirar hacia el lado opuesto de la caverna, aquel que antes nunca había podido ver. No puedo entender lo que veo, tanto que creo estar ciego. Estoy confundido, no puedo relacionar las sombras que vi toda mi vida y esas cosas corpóreas que ahora recién logro mirar. Me duelen los ojos y busco desesperadamente volver a fijarlos en  las sombras, para poder ver, pero algo o alguien me lo impide.

Ese algo me empuja a caminar hacia la intensa luz. Siento dolor, apenas puedo ver mis pies. Lentamente avanzo en la caverna y, llegada la noche, soy empujado a un mundo nuevo, todo exterior, sin paredes que me contengan. Recién entonces logro abrir mis ojos. Veo puntos luminosos en un telón negro, inmenso sobre mí. Pasan titilantes, se mueven con lentitud, yo lo sé, puedo verlo. Así, asombrado, siento moverse esa tela y de pronto comienzo a notar reflejos suaves de luz creciente. Cada vez más asoma lo que parece una llama, que enciende todo el horizonte. Ahora veo el sol brotar y comprendo que ése es el origen de la vida, de las estaciones, del tiempo y de los años, ahora veo realmente lo que existe, veo la fuente de lo que imaginaba visible y real en la caverna.

Paso el tiempo extasiado observando tanta realidad, aun sabiendo que no podr
é conocerla o abarcarla. En un momento de solaz recuerdo mi antigua morada, la sabiduría allí existente y a mis  antiguos compañeros de cautiverio. Sé que ahora soy y puedo ser feliz y siento una inmensa pena por ellos, viviendo entre sombras e imaginaciones en ese mundo subterráneo, donde sin saber siquiera que son prisioneros, se dan honores y elogios unos a otros, y recompensas a aquel que percibe con más agudeza las sombras, al que mejor recuerda el orden en la sucesión de esos vislumbres y al que es capaz de adivinar los que van a pasar luego. Ahora puedo ver las limitaciones de esa vida de suposiciones y sombras proyectadas.

Por eso decido volver a contarles que hay otro mundo. Lo primero que experimento al pisar de nuevo la caverna es la tiniebla en mis ojos, tropiezo, caigo, no entiendo qué me ocurre, hasta que rodando voy a caer a vuestros pies. Ustedes se ríen de mí. Me ven tantear el suelo, extender mis brazos y ríen a carcajadas de mi limitación, recordando cómo antes podía vivir como ustedes y ahora no puedo; elucubran explicaciones, me atribuyen limitaciones y enfermedades.

Me desespero por contarles del mundo de luz que conocí, hago gestos y exclamaciones para explicarles el ruido de las cascadas, el color de las cosas y  ustedes siguen riendo, tratándome de loco perdido, de fantasioso.

Siento que si insisto se enojarán y hasta podrían matarme. De hecho uno me arroja una piedra y me grita que me vaya con mis locuras a otra parte. Debo dejarlos mirando sus sombras y oyendo ecos vagos en una caverna oscura.

Vuelvo cabizbajo hacia la luz. Luego el sol reverbera y me envuelve, brillo junto con él.

Osvaldo C. Trossero

Fuente documental: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiagriega/Platon/MitodelaCaverna.htm
Ilustración: http://auladefilosofia.net/2011/09/11/texto-pau-platon-el-mito-de-la-caverna-2/

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memoria Adentro - Raúl Carnota

La camorrita

Matices