Vi un charco roto por las gotas
y no estaba roto de verdad.
Oí las gotas de lluvia golpear su superficie
y el agua sólo cantaba,
nunca se enojó.
Olí la tierra mojada, nariz al piso,
las ramas entre-secas,
las hojas desvaídas y las verdes también,
la lluvia se impregnaba en ese cuerpo
y me marcaba la piel y la memoria,
sin rechazos,
sin dolor.

Tanta belleza regalada duró unos segundos,
su ciclo conserva sólo armonía, nunca tiempo.
Es imposible guardarla
más que en el recuerdo.
Evolución, no progreso.
Ciclo, renovación, paciencia,
ni avance, ni apuros.
El grano madurará
sólo cuando pueda germinar y dar vida.
No podemos empujar al río,
encerrarlo, está visto, mata.
Ni un paso más, ni uno menos,
la naturaleza no vive de empujones.

En algún rincón nos creímos el cuento
de ser imágenes de dios y más aún,
 un dios creemos ser
y queremos pintar a imagen y semejanza
nuestro rostro en la pacífica faz de la tierra.
Lo vamos logrando, no tan poco a poco,
cada vez más podemos vernos en más y más reflejos;
naturaleza: salvaje y degradada.
Si somos un dios nos olvidamos nuestra belleza escondida adentro,
afuera sólo reproducimos la peor cara que tenemos para mostrar.
Un poco de quietud, contemplación,
frente a frente con la madre,
seguramente nos permitirá entrar y vernos
y regalarle a ella por una vez,
la belleza de nuestro brillo
quieto,
sólo por un momento.

Osvaldo C. Trossero



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