Adiós Eugenio


Adiós Eugenio

Ciento veinte 120 ciento treinta 130 ciento cincuenta 150 ¡¿ciento ochenta?! ¡¿180?! Hasta cuando piensa seguir acelerando esa máquina, es muy poderosa, ¿pero, tanto? Quién controlará el rumbo si el conductor está navegando algunos cielos por arriba de la angosta ruta de montaña.

La fosforescencia de los carteles no actúa como atracción para esa cabeza voladora. Las perspectivas no son nada halagüeñas: ciento ochenta y tres 183.

Qué pensará un tipo a ciento ochenta y siete 187 kilómetros por hora en una ruta angosta de montaña, subido en su auto y en alguna nube espesa de pensamiento, seguramente no piensa en la muerte, o quizás sí, tal vez es en lo único que piensa, porque ciento noventa 190 no parece cruzarsele por la cabeza. Qué maldito pecado alimenta semejante inconsciencia, semejante pecado, qué desprecio por la vida, qué ceguera nubla tan vilmente a una persona para que no perciba la espantosa cercanía del abismo. El olor a caucho no lo preocupa. Sus ojos están fijos en la nada, ¿cómo puede manejar así, cómo lo logra? Odio quizás, a si mismo seguramente; ese es su copiloto en el viaje.

Una sombra, una maldita sombra; qué será ese bulto negro en el camino, por qué espera con tanta persistencia al conductor enloque­cido, parece saber que está en medio del sendero, tiene un abandono trágico y a la vez maligno.

Un salto, un respingo, la cabeza se tuerce en un movimiento revulsivo, una mueca macabra deja su impronta grabada en el rostro del conductor enloquecido. La película de su vida comienza la proyección en el momento en que el auto vuela sin alas por sobre el precipicio. Una infancia "normal", un luminoso destino, amores, rencores y negocios matutinos, vespertinos y nocturnos, desamores, olvidos. Llega el momento de las conclusiones, "EL FIN" se acerca sin pedir permiso y un segundo antes de que caiga definitivamente el negro telón sobre el abismo, una fatal conclusión, poco compasi­va, toma el rol principal en la proyección alocada de hechos: "¡cuanto tiempo he perdido!". No pasa mucho más, y la condena comienza a pesar sobre el conductor enloquecido; un dolor agudo en el costado, su brazo izquierdo se ha adormecido, la sangre ha invadido sus ojos, su cabeza, sus oídos..."perdón", se oye como un susurro, ya todo está perdido: explota un corazón antes de tocar el piso. Luego las llamas harán su trabajo, nada será reconocido, nadie añorará los tiempos idos: "...era tan trabajador...un buen tipo...muy decente...muy inteligente".

Ayer por la noche en la cercanía del cerro "El destino" murió trágicamente el empresario Eugenio Costa Uriburu al caer al vacio el automóvil que conducía; los motivos no han sido esclarecidos hasta el momento. En los últimos tiempos el afamado empresario ocupaba..."

Osvaldo C. Trossero

(entre 1995 y 1999)

Comentarios

  1. Es un relato de hace unos cuantos años, que le gusta mucho a un amigo. En honor a eso, acá está.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Deje su comentario, aun sin usuario habilitado o anónimo, podrá ser moderado por el administrador del blog, previo a su aparición.

Entradas populares de este blog

Memoria Adentro - Raúl Carnota

La camorrita

Matices