Elegía del hombre viejo
Dirán que he sido yo quien truncó la extensión inmensa con la piedra y la cal.
Señalarán mi frente como la de otro cualquiera que quiso eternizarse en una silueta.
Marcarán horrores en acentos sonoros al nombrarme por haber construido en nombre de otros.
Razonarán razonables sus razones, sus apotegmas, sus conclusiones, sus certezas.
Diseñarán un nombre nuevo para ese nombre, mi nombre, que ya no entrará en sus cabezas.
Recelarán de todo lo que se parezca a mi espectral esbozo.
Destacarán que ha sido el triunfo de la voluntad, por sobre el roce de la sinrazón, del odio.
Dictaminarán que nunca se ha de conseguir con simpleza, armonía y amor elevar una obra monumental que ensalce al hombre en todo su valor, que sólo el esfuerzo y el dolor harán honor al ser superior.
Seguirán temiendo que alguien alcance el sitio central en la cruz de madera que un día otro ocupó.
Descubrirán que una palabra y un largo silencio bastan, pero escribirán libro tras libro para interpretar el mensaje que dejé, confundiéndolo todo para volverse médiums.
Regarán de estiércol mi pobre ilusión, con complots y teorías, con silencio o, peor aún, con loas y bendiciones, construyendo iglesias en mí nombre.
Inundarán de ceros y de unos miles de espacios mentales para convencerse de que era yo quien tenía la culpa, pegada como una bacteria.
Más de 2000 años no bastan, el hombre sigue asignando sentencias y pregonando acusaciones rasuradas de modestia.
No he aprendido nada.
Osvaldo C. Trossero
Junio 21 de 2011 (solsticio de invierno)
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