Poder podemos
Hoy leía online
un panfleto lleno de resentimiento que decía ser descriptivo de cierto tipo de “pelotudo
argentino”, que volcaba la balanza del odio al otro polo, como suelen hacer los
panfletos, mientras aparentaba hablar en nombre de todos y todas. Estuve a
punto de engancharme en la disputa, de tontear un rato, de polemizar para tener
razón y, como siempre, no llegar a nada. Poco importa que fuera el argumento de
un extremo, bien podría haber sido la justificación del otro lado y me hubiese
pasado lo mismo, pero de pronto se me pasó el ansia de disputar, recordé el
eterno retorno de lo idéntico, volví a Nietzsche, lo traje de nuevo a la
conciencia, al corazón y pude trascender.
En los últimos
tiempos he leído muchas veces: “Volvieron
estos, pero luego volveremos nosotros…este modelo atrasaba, ahora nosotros
sacaremos el país adelante…ellos nos llevan a la ruina, nosotros somos la
solución…”. Sin decir quién es quién, el mismo discurso se le puede atinar
a cualquier fuerza política en pugna, las de hoy o las del pasado, en
diferentes momentos de la historia y entonces parece que no hay otra explicación que “el eterno
retorno”.
Bien podemos
elegir esa explicación simplista de un mundo complejo, o si no podemos ponernos
a leer qué fue lo que en verdad propuso Nietzsche cuando habló del eterno
retorno de lo mismo. También, ya sin elegir, podemos vivir en esa creencia de
modo inconsciente, por fanatismo o por simple debilidad de conciencia, como
cuando nos encontramos diciendo: “otra
vez me tocó la mala a mí… qué buena suerte que tiene Carlitos… estos son
siempre iguales…mirá que la mala vuelve…a mí siempre me pasa lo mismo”. Es
muy raro encontrarnos con personas que han logrado superar el halo fatalista
del aparente eterno retorno de lo idéntico, lograrlo requiere renunciar a la ignorancia,
a la pereza, a ciertos instintos y rasgos culturales, pero poder, podemos.
Aunque suene
ambiguo, si elegimos sostener la creencia del eterno retorno de Nietzsche conseguiremos
resolver el acertijo que nos plantea la repetición de nuestros males o de los
bienes de otros (nunca los nuestros ¿verdad?) y saldremos del laberinto sabiendo
que no existe tal cosa, que aunque parezca retornar lo idéntico es únicamente nuestra
conciencia la que determina que cada oportunidad sea nueva y que cada instante sea
distinto. No hay nada ahí afuera, mágico ni esotérico, que nos mande "la mala".
El ya famosísimo karma no es otra cosa que el reflejo de nuestra falta de
consciencia, una muestra de la ignorancia de nuestros propios actos y sus
consecuencias. Los campos mórficos que parecen determinarnos, si es que
existen, nada pueden en contra de nuestra luz interior, cuando ésta se conecta
con la fuente de todas las luces. Según entiendo y con perdón del gran
Friedrich, Nietzsche quiso decir algo así como que sólo creyendo de modo textual en el
eterno retorno de lo mismo, de tanto repetirlo y revivir nuestra historia, de
tanto sufrir y echar culpas a otros y a nosotros mismos, recién en el hartazgo
total seremos capaces de afrontar valientemente lo vital y por fin comprenderemos,
superaremos el programa mental que nos dice que lo similar es lo mismo, que se
repite la historia y que no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Así podemos
aprender lo que decía algún viejo Vizcacha, “ojo mi’hijo, mire que parecido no es lo mismo”. Sería muy penoso
continuar creyendo en la textualidad del eterno retorno, quedarnos sólo con su
lado descriptivo, porque así un día de estos todos los atardeceres terminarán
siendo iguales y también los amaneceres y, tristemente, las personas: “las mujeres son todas iguales…los hombres
son siempre los mismos…”
Pero si es por
poder, podemos seguir en el fanatismo de creer que, irreductiblemente, hagamos
lo que hagamos la historia volverá a repetirse, como comedia o como tragedia
_dirá Marx en su 18 Brumario..._ con lo que terminaremos viendo cada
acontecimiento como una reivindicación o
como un desastre, según el lado del círculo donde creamos estar parados. A
muchos nos gusta o nos ha gustado alternar entre esos estados: la victoria y la
derrota. Poder podemos, si eso es lo que nos hace felices…aunque algunos amigos
marxistas me digan que es muy burgués eso de andar buscando la felicidad en la
propia existencia.
Podemos seguir
viviendo así y dedicarnos a dar batallas para intentar imponer la paz, podemos hacer
escraches en nombre del amor; podemos resistir el avance de los que nos quieren marcar el paso, podemos darle rienda suelta a los decretos en nombre de la
República y así, en suma, vivir una vida degradada entre miles de oxímoron, en una
eterna dualidad y creer (o, lo que es peor, cínicamente decir que creemos) que
defendemos tal o cual valor superior. En lo íntimo, podemos seguir pasando al
lado de otro ser humano, llenos de altivez y desprecio, al comprobar que él no adhiere a nuestra
particular visión del mundo, o del ombligo. Así podemos hacer una guerra en
nombre de la paz. Poder, podemos.
Por eso, en
lugar de enojarme, agradezco a la tontería reinante en este reino virtual, que
me permite reencontrarme con la vieja y querida Filosofía y recordar que las
batallas, las resistencias, las novedades que atrasan, los “valores” nuevos que
se parecen a los de la “bolsa de valores”, y todo lo demás están adentro mío y regresan idénticos
sólo si estoy dormido, hipnotizado o embobado siguiendo uno de los extremos del
discurso dialéctico... recordé, reviví, parecía ser lo mismo que supe en otro
tiempo, pero no, era un recuerdo nuevo (valga la contradicción), supe otra vez
que de los laberintos salgo sólo por arriba, nunca por los extremos.
Poder, puedo.
Osvaldo C.
Trossero
2016
Referencias: El eterno
retorno (die ewige Wiederkehr) - Diccionario
Herder de Filosofía http://www.filosofia.net/materiales/sofiafilia/hf/soff_u11_4.html
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