Del semáforo y del pensamiento mágico
Tiempo atrás circulaba por el bajo paranaense, salía del centro hacia el este, por calle Laurencena a la altura del viejo Club Ministerio y noté una desusada cola de autos, camiones y colectivos (las motos se entreveraban hábilmente en la maraña), pisé el freno, me armé de paciencia, mientras me preguntaba copiosamente en mi imaginación qué accidente habría provocado tanto trastorno. Poco a poco fui avanzando en la fila, hasta que de pronto, casi en la esquina de calle Güemes, pude comprender lo sucedido: me encontré con un símbolo del pensamiento mágico resucitado ante mí: titilando sus luces tricolores desde lo alto, en ese momento el semáforo me decía con su ojo mayor de color rojo fijo: “detente”, “stop” o bien: “¡pará ché!”, porque era un semáforo entrerriano.
Más allá de lo anecdótico, o mejor aún a través de
lo anecdótico, me quiero referir acá al pensamiento mágico en sí mismo. Ese
modo de imaginar que es el contrario del pensamiento lógico o científico, en particular
el opuesto al proceso mental ligado a las ciencias duras. Ese razonamiento que
nos hace creer que comprando una zapatillas de suela extrañamente inclinada y gorda podemos tener sin esfuerzo, aun sin
usar las zapatillas, las piernas de Jesica Cirio, o que conectándonos unos
electrodos con dos pilitas de reloj
digital y una lucecita roja haciendo plim
plim por cinco minutos, bajaremos 25 kilos de ravioles ingeridos sin
conciencia durante los últimos 2 años y medio, y los transformaremos en los raviolitos
abdominales de un joven y esbelto modelo. Es el mismo que nos hace creer que
haciendo siempre lo mismo obtendremos resultados diferentes, cosa que nos
sucede a casi todos en nuestras vidas íntimas y, por lo visto, les sucede a los
políticos administradores de la cosa pública. De ninguna manera pretendo referirme o mezclar en esta opinión
a las creencias o prácticas linderas a lo mágico, como las distintas
religiones, la psicomagia, el Reiki, los símbolos de luz y muchos otras
disciplinas o saberes no científicos, ligados a la fe, la espiritualidad o a la íntima convicción, que no me atrevería
a poner en tela de juicio, aunque a veces compartan una fina y nebulosa
frontera.
No voy a meterme con temas enormes como sería
rebuscar en qué resquicio mental o emocional se esconde el pensamiento mágico
cuando en estas épocas se disponen medidas de política económica que se
probaron totalmente inútiles y perniciosas en décadas pasadas, como los
controles de precios; y menos aún entraré a investigar la creencia de aquellas
personas que obstinadamente quieren confiar en que detrás de muchos gestos de
apariencia autoritaria de parte del poder gobernante se esconde una profunda
convicción democrática. Son temas muy difíciles de tratar en una carta de
lectores, además, no hace falta meterse tan hondo para entender cómo opera
entre nosotros, en las calles, ese
pensamiento mágico y quizás, desde esa perspectiva mínima, pueda actuar como un
pequeño espejo para entrever cómo las grandes creencias sociales, igualmente
mágicas, parecen sustentarse en el mismo efecto psicológico. Hablando de magia,
quisiera decir como Marx que “la religión es el opio de los pueblos”, y sumarle
una consigna personal algo inquietante: “las ideologías políticas son el opio
con el que se adormece la conciencia individual”. Para mí ambos son polos del
pensamiento mágico y son tan dañinos o tan sanos uno como el otro, aunque
sospecho que en la mezcla, en el medio, está la integración y con ella la
integridad personal y social, no en los extremos.
De vuelta a lo anecdótico del asunto, resulta que
en la esquina de Güemes y Laurencena desde
hace años luce un semáforo, instalado en la gestión de Halle, si la memoria me
es exacta, que tuvo su brillo tricolor durante escazas semanas luego de su
instalación, ya que provocaba más perjuicios que beneficios: inmensas colas de
autos y motos, peatones al borde de ser atropellados, bocinas, voces procaces
llenaron los aires en esos momentos de pretendido orden. Fue esa etapa la primera del pensamiento mágico, que imagino algo así como:
”… con un semáforo vamos a aliviar 50
años de falta de inversión en infraestructura urbana”. Realmente ni Harry Potter hubiese logrado
semejante hechizo. Fue tanto el escandalete
de ese momento, que menguaron las fuerzas mágicas o míticas y se decidió, con
flexibilidad y sabiduría o con vergüenza responsable, dejar el semáforo como un
titilante aviso de peligro, menos mágico pero más práctico y sostenible.
Pero los años pasaron y vino una nueva generación
de hechiceros al reino del valle del Paraná y, por supuesto, con varita mágica
nueva aparecieron trucos nuevos, así que allá por marzo de 2013, cuando sucedió
lo comentado en el inicio, a algún brujo
o nigromante, probablemente aprendiz, se le ocurrió hacer un nuevo abracadabra
con el semáforo de Laurencena y Güemes, y usó su poción renovada, tomó impulso,
miró a las estrella pidiendo auxilio, se encomendó a su linaje y enchufó el circuito de tiempo y ¡Zas!...
aparecieron otra vez las largas colas, los bocinazos, las procacidades a viva voz, los topetazos y
demás… ¡¡la magia funcionó!!! Claro que sí, igual que la primera vez, generando
el mismo caos de siempre.
Así las cosas todo volvió a la normalidad y el
semáforo mágico no pudo contra 50 años de atraso y falta de previsión de
nuestros líderes. Digo “líderes” y
pienso en un pelotón de bicicletas
corriendo la Doble Crespo y se me ocurre
imaginarme a los “líderes” a su ritmo de 50 años de atraso, corriendo en unas
bicicletas desvencijadas, corroídas, lamentables y de inmediato me viene a la
mente, como por arte de magia, todo la sucesión de seguidores de los “líderes”,
que vendríamos a ser nosotros: “la masa”, “la gente”, “el pueblo”, “la plebe”,
“los giles” y otros cuántos sustantivos
colectivos no muy gentiles en general, como “Caterva:
Multitud de personas o cosas consideradas en grupo, pero sin concierto o de
poco valor e importancia”. Pienso
que si los “líderes” llevan 50 años de atraso y van en esas bicicletas
insostenibles, entonces: ¿cómo iremos nosotros detrás, en el pelotón de los
seguidores? No quisiera ni imaginarlo, ni por toda la magia del mundo.
Bueno, en estos tiempos electorales quizás sería
interesante que reflexionemos y observemos cómo este “pensamiento mágico” actúa
en cada uno de nosotros, ya que tan frecuentemente se nos ofrece y se nos fomenta
con creaciones fantasiosas, sueños y prodigios sólo existentes en las
propagandas políticas, en discursos que no dicen nada, ya ni prometen, parecen
esos “abracadabras” y “sinsalabín sinsalabán y todo se hace
realidad”, palabras mágicas incomprensibles para los que no hacemos magia… digo,
se me ocurre, me parece… y ¡PLOP!
desaparezco entre el humo, transformado en conejo, para que nadie me conozca…
Osvaldo Trossero
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