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Mostrando entradas de noviembre, 2013

Pares

Hoy recordé mi sonrisa interior. Estaba apagada, por cansada, quizás, yo no lo sé. Hoy la bañé en lluvia en un pequeño chaparrón que guardo dentro que me ayuda a limpiarme a veces, por momentos. A él lo llevo en un rincón del corazón que cuando me recargo me horrorizo y dejo de estar atento se rellena de tristeza y el pequeño y nubífero aguacero sale al vuelo y recorre mi cuerpo  por completo y reparte su frescura con amor. Un poco mustia y distraída mi sonrisa, casi muerta la encontré, le insuflé con aire y luz sangre y vida poco a poco la noté más conocida hasta que al fin un suspiro le encontré. Tornó otra vez, lentamente a la vida al latido, al color, a aparecer se alargó, hizo muecas divertida y un poco de su luz en mi rostro yo mostré. Nos dimos luz nos dimos paz nos dimos vida poco a poco sonrisa sobre sonrisa hoy comienzo, despacito, a verlas a ambas, pares, florecer....

Estrofas de puerto y río

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Acá se adivina la tersura del agua y se puede inferir que el aire está muy limpio. El sol que amanecido se filtra lento en las hojas y el hondo rechinar de los cantos y los trinos no alcanzan a tapar del todo el fresco olor del río.  Asomado a la barda            que me separa del flujo puedo ver los camalotes navegando infinitos. Imagino a los peces merodeando por los bordes mientras la gente recorre, sin saber            ni sentido, sólo para ser sanos y bonitos aun ignorando al río. Acerco la mirada al sol de los reflejos partidos veo formas, chispas, hadas oigo el sordo trazo de los mitos que cuentan de otros soles de otros pueblos de otros ruidos una historia reflejada en los ardores del río. Basta un bote desprolijo para salir del aullido de los motores del grito de la oferta del bullicio para llegar a la isla para saberme infinito y disolve...

Del semáforo y del pensamiento mágico

Tiempo atrás circulaba por el bajo paranaense, salía del centro hacia el este,  por calle Laurencena a la altura del viejo Club Ministerio y noté una desusada cola de autos, camiones y colectivos (las motos se entreveraban hábilmente en la maraña), pisé el freno, me armé de paciencia, mientras me preguntaba copiosamente en mi imaginación qué accidente habría provocado tanto trastorno. Poco a poco fui avanzando en la fila, hasta que de pronto, casi en la esquina de calle Güemes,  pude comprender lo sucedido: me encontré con un símbolo del pensamiento mágico resucitado ante mí: titilando sus luces tricolores desde lo alto, en ese momento el semáforo me decía con su ojo mayor de color rojo fijo: “detente”, “stop” o bien: “¡pará ché!”, porque era un semáforo entrerriano.   Más allá de lo anecdótico, o mejor aún a través de lo anecdótico, me quiero referir acá al pensamiento mágico en sí mismo. Ese modo de imaginar que es el contrario del pensamiento lógico o científico, ...