Receta para el pan de cada día

Tomo un trozo de mí, abundante en lo posible, lo pongo en la licuadora y acciono la perillita. Se revuelve, resiste lo más que puede, se agarra célula a célula __dicen que tienen memoria__, pero la física es irreductible y al final las cuchillas hacen su trabajo.

Agrego harina íntegra (sí, íntegra), dos pizcas de sal, un poquito de cilantro y no perejil porque seguro sería una redundancia, como pan con pan.

Hecho esto, agarro mi mezcla y la amaso un rato, con cuidado y calentándola bien con las manos, la envuelvo en un trapito de algodón viejo; que era una funda de almohada de cuando era un niño, diría casi con certeza que es "esa" funda de "esa" almohadita que me hacía dormir en mi infancia.

Dejo descansar la mezcla un buen rato y la llevo al horno a temperatura moderada, de esa que si metés la mano la sacás en 2 segundos hecha un sólo remolino. Ahí la cocino por 40 minutos y sale una especie de pan calentito y aromático que cuidadosamente inserto en mi pecho y es entonces que doy unos abrazos aromados, suaves y esponjosos y es ahí que huelo como un ángel recién nacido.

Esto explica mi asombroso éxito para extasiar ancianos y niños (y ancianas y niñas por igual). Cuando me sienten cerca, recuerdan,  sin saberlo, el otro lado de la vida de su hoy de ahora, esa porción que aún late, inmanente, en alguna parte de sus cuerpecitos.

Ya con los adultos es otra cosa, se me complica, están como más endurecidos, no pulsan tanto, están como estaba yo antes de que me animase a licuarme un poco y a mezclarme, a condimentarme y hornearme, como hago ahora un par de veces por semana.


Pelu
2° de Julio de 2012.


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