Con Dios adentro

La vida era más fácil cuando creía en Dios, en su hijo, en la madre de su hijo y en el espíritu santo amén.


Creer no es un acto, una palabra o una convicción; no es la promesa del cielo, del infierno, de la redención. Cuando falseé amores sublimes, extravié la llave, entregué el control remoto y puse piloto automático para que maneje otro. ¡Oxidé mis alas de ángel!

La vida se ve complicada con el volante en la mano. Sin tanto catequismo, con los demás como iguales, iguales en un todo inmenso, iguales a la piedra, en piedra, al árbol, en árbol; iguales al río, aunque esté sucio y contaminado, hermanos. Son carne y uña los actos, los latidos, los otros, los revolcones, los gritos, las canciones, los suspiros, son carne de cañón, son carne, son. No se pueden escupir como un gargajo, no se pueden elevar a su enésima potencia ni a un dios, por sordo u odioso que sea, hacia un extraño y añorado ser superior infinito, ni por vía del temor, ni por ritos con o sin sotana: no se puede empujar el espejismo viviente que llamamos yo, que decimos nuestro, que proclamamos acto, no se puede sembrarlos en surcos celestiales, aunque hayamos arado con las diez mil oraciones la tierra de esos sueños. Simplemente no vale.

La vida era más fácil cuando creía en dios. Creer en mí y en los demás, perdonarme, tomar la ostia de mis manos y auto-confesarme, hincarme de rodillas ante el altar sagrado de la conciencia, recibir sus azotes y aceptar su asistencia, es parecido al confort de un dios que mira desde una nube; aunque, claro, parecido no es lo mismo. Asumir cada partícula de la existencia, sentirse parte del todo, es una forma de degustar la Esencia; sí Esencia con mayúsculas de Dios. A veces, sólo a veces, me veo uncido con un apero de dudas, como un buey que camina entre la niebla tirando una carreta pesada, un buey ciego que sigue un rumbo que ni él ni nadie ve, pero que pisa seguro porque sabe eso que dicen del camino, eso que dicen los que saben.

Sí, he librado cheques sin fondo contra la cuenta de un dios embaucado y solitario en algún extraño paraje errante en los cielos, pero nunca fueron pagados, tampoco reclamados. No tuve la convicción suficiente para que mis acreedores insistieran en cobrar mis palabras de divinidad y creencia. Probablemente no fui oído en absoluto, o fui sólo una cascada a lo lejos, un murmullo en mentes ruidosas, sordas. Lo cierto es que no me han cobrado la cuenta.

Sí, declaro aquí que, cuando no se empaña mi conciencia, siento una chispa adentro, a la altura del ombligo, que me dice que soy un buey ciego caminando en la noche.

Vivo así, casi arrinconado, sabiendo que el mal de Satán está cosido muy hondo, inseparable del propio cuero y que el bien más puro de Cristo y de Buda es tan personal y tan real, que ambos fluyen en las venas, en las miradas, son de nuestras arcas mejor guardadas, aun sin decir una puta o una santa Palabra, la Palabra con pe mayúscula de Puta. Saber, sentir, pensar en ponerlos lejos y endosados a otros por obra y gracia de la culpa, sublime herramienta de manipulación, bombardero de altura del espíritu, es un trabajo infame y deshonesto, pero alguien tiene que hacerlo. Ya hay quienes en nombre de grandes obras, montando la gran obra, dirigiéndola, se hacen cruces del mal en los otros, se felicitan de sus buenos gestos y se guardan siempre en un bolsillo hondo cuanto vuelto y sobre puedan rapiñar o ande por ahí suelto.

La vida era más fácil cuando creía en dios afuera, aun mordiendo dientes por cada dolor y cada castigo, hincándome al alba en algún rezo; diciéndome: “Es el cielo el que quiere que sufras. ¡Acéptalo! ¡Es tu culpa!”. Muchas veces sentí prestadas mis pocas victorias, ¿quiénes son esas señoras de traje largo y rubor escaso en las mejillas? ¿Son sus ropas de teatro? Peor aún, erguí mi orgullosa estampa al dar por ganada alguna pelea tonta y amañada.

Claro que es mucho más duro creer y vivir convencido de que no hay un guardián que mira de lejos y un día de estos nos va a castigar con ese palo, que no muestra nunca; es mucho más duro existir convencido que ese día es hoy y nos toca, en este escenario sin tramoya, el papel central y actuar sólo con lo puesto.

¿Nos resta entender que el Dios está adentro y mira absorto, aun sin saber, con los ojos vivos y eternos que creemos nuestros?

La vida era más fácil con un dios afuera, ¡pero era tan ajena!

Osvaldo C. Trossero
Marzo de 2011

Comentarios

  1. Brillante Os!! Si existe un dios Afuera seguro está mirando otro canal!

    Saludos, Larisa.

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