Sonar en el vacío
Hay muchas formas de sonar en este mundo: sonar a hueco, sonar a lleno, sonar pip pip pip como en las películas de submarinos suena el sonar; también en algunas ocasiones puede sonarse convincente o quizás convencido, aunque, claro, eso, en el mundo disuelto de hoy en día __líquido, en términos postmodernos__ suene extraño.
Cuando vi “Las Bolitas” de Dolina __suena feo dicho así, pero fue el título del cuento que vi arriba de la mesa__, y miré la alguna vez paqueta caja de mis bolas o, con menos doble sentido, esferas chinas, supe que esas cosas colaboraban conmigo repitiéndose (que viene de repito y no de re-pito), fue ahí que se hizo presente el asunto del aquí y ahora y dejé de preguntarme: “¿por quién doblan las campanas?”, y entendí que suenan por mí, aunque las campanas en este caso tengan forma de bolitas...
Detrás del cascarón de cartón y paño de dudosa seda verde, están guardadas ellas: dos relucientes esferas perladas, con sendos dragones que me miran y me dicen: acá estamos, danos vida en tus manos y suenan tan convincentes como el metal que late adentro, muy adentro, y que se va volviendo tierno cuanto más contacto y humanidad insisto en darle y eso hago: alimentar dragones rodándolos entre mis manos, para que su sonido a bronce golpeado se lleve por un rato un poco de mis reverberancias en cada una de sus vibraciones. Se llevan a la nada cosas que rebotan adentro mío sin ser absorbidas por el ser y me dejan una extraña sensación de vacío con límites, como los bordes de un pozo del que sólo veo el brocal y que, sin embargo, no me asusta… ¿será aquel renombrado vacío existencial? ¡No!, el sonido no se propaga en el vacío.
Osvaldo C. Trossero
Junio 14 de junio de 2010
Cuando vi “Las Bolitas” de Dolina __suena feo dicho así, pero fue el título del cuento que vi arriba de la mesa__, y miré la alguna vez paqueta caja de mis bolas o, con menos doble sentido, esferas chinas, supe que esas cosas colaboraban conmigo repitiéndose (que viene de repito y no de re-pito), fue ahí que se hizo presente el asunto del aquí y ahora y dejé de preguntarme: “¿por quién doblan las campanas?”, y entendí que suenan por mí, aunque las campanas en este caso tengan forma de bolitas...
Detrás del cascarón de cartón y paño de dudosa seda verde, están guardadas ellas: dos relucientes esferas perladas, con sendos dragones que me miran y me dicen: acá estamos, danos vida en tus manos y suenan tan convincentes como el metal que late adentro, muy adentro, y que se va volviendo tierno cuanto más contacto y humanidad insisto en darle y eso hago: alimentar dragones rodándolos entre mis manos, para que su sonido a bronce golpeado se lleve por un rato un poco de mis reverberancias en cada una de sus vibraciones. Se llevan a la nada cosas que rebotan adentro mío sin ser absorbidas por el ser y me dejan una extraña sensación de vacío con límites, como los bordes de un pozo del que sólo veo el brocal y que, sin embargo, no me asusta… ¿será aquel renombrado vacío existencial? ¡No!, el sonido no se propaga en el vacío.
Osvaldo C. Trossero
Junio 14 de junio de 2010
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