El consumo me consume

    Consumir, el verbo Dios de los siglos XX y XXI. Devino divino, interpreto, por la acumulación de privaciones, injusticias, locuras y catástrofes auto-infligidas por nuestros ancestros durante los siglos anteriores. Antes de eso sólo los reyes, nobles, miembros del clero, los ricos burgueses, los encumbrados de alguna forma, podían “darse el lujo” de consumir más allá de sus básicas necesidades. La Europa de fines del medioevo y comienzo del renacimiento re-aprendió el lujo en sus viajes al oriente lejano, la China imperial, al oriente medio y al norte de África de los árabes, que disfrutaban de exquisiteces que los europeos medievales, en general, desconocían, porque habían perdido en la sombra obscura de la decadencia los rastros de la eterna Roma.

    Cuando Europa conquistó América, entre otras pestes trajo a estas tierras ese lujo, de manera contenida. Aunque, convengamos que la América precolombina tenía varios ejemplos de lujo, en forma de oro y joyería ritual, vaya coincidencia: sólo en poder de las clases dominantes.  

     Desde la revolución industrial de fines del siglo XIX en adelante, se comenzó a masificar el consumo de “bienes”. El capitalismo global terminó por llevarlo a la gloria y nos convenció de que no somos nada si no consumimos. Hemos incorporado que si no adquirimos caerán las industrias que dan norte a la actividad de este mundo y a la vida de millones de seres. Claro que esa actividad y ese consumo para poder “tener”, se producen con nuestro “hacer”, que genera ingresos mediante trabajo, empleo y hasta la asistencia pública, a los que estamos atados para poder consumir, en pos del sueño final de llegar a “ser”, siempre ignorando, perdidos, obnubilados, olvidados de que ya somos, con sólo existir un tiempo en el milagro de la vida sobre la madre Tierra.

    Hoy, abiertas de par en par las puertas de la codicia, todos consumimos, de todo, mucho más de lo necesario, por el motivo que sea, aún de formas insospechadas y aparentemente virtuosas, como por ejemplo en cursos y talleres de “auto-mejoramiento”, consumirlos es más fácil y aparentemente mejor que agotarse en áridas jornadas de auto-observación, que seguramente nos prodigarían idénticos o aun mejores resultados a la hora de volvernos conscientes y despertar a la vida, aunque esas exploraciones personales no tienen el saborcito picante del consumo. En todo caso, eso no sería lo importante: lo más importante de consumir es que la “ingesta” sea efímera, que la experiencia pase rápido, cosa que siempre hace. No importa qué consumimos, sólo es preciso que sea fugaz, así llegará algo nuevo para consumir, adobado con la imperecedera promesa de satisfacción… que nunca se cumplirá del todo.

    Me pasa, nos pasa, el consumo se nos mete por las venas, por la panza, hasta por el alma se nos mete. ¿Cuándo fue que dejamos de ser y de sabernos “seres”, o al menos feligreses, ciudadanos, gente, pueblo (y hasta “humanos”), para pasar a ser CONSUMIDORES? Así nos llaman en este mundo, ¿o no lo han notado?

    Estimado lector, puede que estas observaciones no le gusten, o le parezcan erradas, raras, amañadas, o poco originales. No se preocupe, son sólo cálculos, opiniones y preguntas: al fin y al cabo, si no le gustan… ¡hay tanto para consumir ahí afuera!

Osvaldo C. Trossero (enero 2021)

 

https://www.youtube.com/watch?v=EnMEA0b03P4

https://www.youtube.com/watch?v=TxYNRSexC-E

https://www.youtube.com/watch?v=nwtN-hLSNd8

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memoria Adentro - Raúl Carnota

La camorrita

Matices