De la ilusión de alternativas, de otras trampas y trampitas

            Me encuentro como tantas otras veces azorado… azotado, digo mejor, mirando noticias y declaraciones que abren la polaridad en el plano de las opiniones políticas sobre la reforma previsional. Campean desde el “¡¡Se meten con los más vulnerables!!” (lo cual me parece muy cierto), hasta el “¡¡claro, ustedes hicieron el desastre y ahora que lo solucionamos se quejan!!” (lo cual me parece bastante creíble). Entre esos polos ¿qué tendría que elegir? Ambos extremos muestran perfiles que lucen como verdades incontestables, entonces ¿por dónde me inclino sin caer en el dogmatismo, la medianía o en la temible grieta? 

            Entre los dos extremos se tiran con munición gruesa y en el medio se tiran de todo: piedras, bombas de estruendo, palos con clavos, balas de goma, gases, y rompen todo: desde la racionalidad hasta los bienes públicos y privados, de paso se rompen las cabezas, rompen desde la paciencia de los viejos jubilados hasta la capacidad de asombro de los que creen que hay gente que ya no puede levantar la voz en defensa de otros, esa gente deberían hablar sólo para defenderse en los estrados judiciales por las tropelías de las que se los acusa. Mientras tanto los viejos, que serían los afectados por la medida, miran sin ilusiones a través del televisor como los menean “los políticos”. Pude hablar con algunos ancianos y en general suponen que en verdad ninguno de los contendientes de esta frágil representación de pugilismo politiquero está interesado en favorecerlos, o al menos en no perjudicarlos, proposición que me parece la más inexpugnable de las que he oído sobre el asunto.

            Observo los cruces de opiniones en las redes cloacales sociales (¿eran así, verdad?) y la incomodidad surge, la respuesta no llega, me siento irritado, desorientado. Registro mi estado de ánimo, me observo, respiro y comienza a vislumbrarse en mi mente una frase: “la realidad debe estar en otro lado” y ahí nace una sentencia, estoy frente a una ilusión de alternativas.

            Parece ser que estamos destinados a caer permanentemente en la paradoja de la “ilusión de alternativas”, en esa “grieta” que nos impone la necesidad de hacer elecciones fraudulentas, que nos ocultan las verdaderas alternativas que podríamos tomar y que comúnmente provoca que, sea lo que fuere que elijamos, estaremos incómodos, culposos, insatisfechos y entraremos en ruidosos conflictos con aquellos que eligen el otro lado de la paradoja. 

            El psicólogo y reconocido autor Paul Watzlawick es quien puso de relieve este mecanismo, la ilusión de alternativas, que puede ser una herramienta psicoterapéutica tanto como una trampa inconsciente en la que nos envolvemos bajo el pálido e imperceptible manto de las paradojas.

       Las paradojas son figuras de pensamiento que nos plantean expresiones, términos o proposiciones lógicas que aparentemente envuelven una contradicción irresoluble. Si elegimos creer los términos de la paradoja caemos en su trampa y perdemos nuestra posibilidad de una verdadera elección que produzca un cambio real, y si negamos la paradoja deberemos tener la pericia de demostrar la falacia que encierra, si no permaneceremos indefinidamente en ese laberinto que se abre a nuestros pies.
            
               Veamos por ejemplo la Paradoja de la Flecha de Zenón de Elea: sucede con el lanzamiento de una flecha. Zenón afirmaba que a cada instante la flecha está en una posición determinada del espacio que ocupa en su desplazamiento. Si el periodo de tiempo considerado es lo suficientemente pequeño, la flecha no alcanzará a moverse, por lo que estará en reposo durante ese instante. El mismo razonamiento puede aplicarse a los demás infinitos periodos de tiempo en los que la flecha “vuela”, momentos donde también estará, según Zenón, en “reposo”. De esta forma Zenón demostraba que el movimiento de una flecha es imposible, sin importarle que todas las flechas lanzadas alcanzaran algún blanco, a veces humano y es claro que nunca pudo convencer de su teoría a los deudos de los caídos de un flechazo en las batallas.

            La paradoja puede evitarse intentando no confundir la “foto” con la “película”. En la foto la flecha no se mueve, en la película da en el blanco y si somos nosotros nos atraviesa. Cada uno puede, si en verdad está consciente, elegir cómo mirar la realidad para intentar reconocer y tal vez vencer el seductor poder de las paradojas.

            Como está de moda decir, para salir de un laberinto es mejor salir por arriba, cosa que efectivamente sucede con las paradojas: para resolverlas hay que dar un salto al nivel lógico superior. Para ello es necesario permanecer en un estado de atención, como dirían algún sabio Zen. Para poner un ejemplo sencillo podemos imaginar que un mediodía alguien te ofreciese la opción de comer carnes asadas o un menú vegetariano;  probablemente te sentirías presionado a decidir, a elegir, a decir: “bueno, yo prefiero comer carnes asadas porque….”, o por el contrario: “ah no, es más sano comer vegetales, los prefiero porque…”. En realidad la opción que nunca se cuestiona en el ejemplo es: “¿quiero comer o no en este momento, realmente tengo hambre?”.

            Comenzamos a ver que para salir de este mecanismo psicológico es necesario volvernos conscientes de que no toda elección que hacemos genera un cambio real, no siempre las opciones nos sacan del verdadero problema que parece mostrarnos “la realidad”, porque no estamos apreciando cuál es la profundidad del planteo y nos quedamos en la superficie, en las opciones ilusorias, entonces elegimos ser carnívoros o vegetarianos, en lugar de evaluar si tenemos hambre. Inclusive más, si al elegir estamos lo suficientemente atribulados haremos una larga perorata sobre las ventajas y flaquezas de la dieta omnívora, o de la vegana, según qué polo hayamos elegido, aunque la verdadera pregunta fuese: ¿Querés comer o no? ¿Querés acompañarme a comer o no? ¿Querés un suculento bife con  un suave suflé de brócolis…?

            Vista así la ilusión de alternativas comienza a observarse que la elección capaz de producir un cambio real no es de las que se ofrecen en el menú de las supuestas alternativas, en el ejemplo dado una respuesta que provocaría una salida de la paradoja sería responder: “gracias, pero no tengo hambre”.

            Cualquier elección dentro del mismo nivel lógico del que se plantea en la paradoja terminar por dejarnos dentro del esquema maravillosamente planteado por el personaje de Tancredi, en la notable novela Il Gatopardo de Lampedusa,  cuando declara a su tío Fabrizio la frase: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie". Este lema es el que dio lugar al llamado “gatopardismo”, que en pocas  palabras nos invita a que todo cambie para que todo continúe igual.

            Cuando llego a la comprensión de que todo parece cambiar para poder continuar siendo lo mismo, encuentro la raíz de mi incomodidad, mi culpa y mi insatisfacción: todas las opciones son parciales, simples fotos que no me dejan ver la película. Sucede que los políticos discuten, los de a pié opinamos y nos hundimos en la grieta y los viejos miran atónitos __sintiéndose los patos de la boda__ cómo se reproducen frases y dichos que no hablan en verdad de lo que está pasando, sino que son partes de un todo mucho más grande que, sin un particular ejercicio de conciencia,  no resulta perceptible. Nos perdemos en los slogans que parecen invitarnos a defender a los jubilados condenándonos a una crisis fatal o a desentendernos de ellos para poder alimentar el gran monstruo capitalista que a la larga nos salvará a casi todos, o nos esclavizará dejando a la elite rica y vencedora rozagante mirándonos en la miseria desde sus vidriadas mansiones llenas de guardias y perros de guerra…

            Entonces otra pregunta llega a mi conciencia como un rayo: “¿Y si todo es cierto?” Si en verdad hay quienes antes abandonaron a los jubilados y hoy gritan como si los defendiesen, hay quienes hoy dicen defenderlos e intentan explicar cómo sacando dinero a una masa de personas resultan tener más que antes, hay quienes abandonan a los viejos, hay quienes los cuidan, hay un monstruo capitalista desde donde nos mira encaramada una elite a la que sólo le importa el dinero, tribu que es prima de otra que se dice de izquierdas pero que roba lo que puede por amor al dinero, hay muchos otros que quieren “salvarse”, hay miles que cultivan el “buenismo” progresista, hay guardias armados y perros de guerra… habemos de todo en este mundo, pero la película es una sola y no cualquiera puede verla completa. Misteriosamente algunos de los que logran atisbar esa pantalla de la claridad que muestra la realidad difícilmente puedan contarla como contamos una de Van Damme, porque este filme muta, tiene demasiados matices y hay que desprenderse de muchas distorsiones para mirarlo tal “como es”, contarlo requiere un lenguaje diferente, quizás la poesía.

            Mientras tanto, hasta que desarrollemos esa mirada oceánica, continental, trasatlántica que nos permita ver el todo, podemos probar a no excitarnos ante la primera proposición que nos abalance la “realidad”, dejarla entrar, pasar, salir y  esperar la que sigue. Con suerte un día, serenos, armaremos un atisbo del universo y por fin comprenderemos.


            Y ustedes se preguntarán ¿qué me quiere decir este tipo luego de 1500 palabras? Quiero decir que el estímulo externo, molesto, irritante, desconcertante que nos muestra violencia discursiva y corporal, refriegas de sangre y de palabras, es en cada fracción real y verdadero. Cada proposición lógica o no tanto es cierta, todos tienen razón en su lugar, la flecha vista en cada instante está quieta, existe y es verdadera, sólo es letal en su movimiento y al mismo tiempo sólo así es de verdad. Así de fatal. Lo que nadie dice es que esto es así y ya era así antes, y será así luego. Lo que nadie reconoce en su discurso es que para “tener razón” hay que darle la razón al que dice otra cosa distinta y hasta opuesta. Sólo así se logra la totalidad. Sí hay violencia, la hay en cada uno de nosotros, y hay mentira y buenas intenciones y olvidos y hay muerte y maldad, porque las hay en todos y cada uno. Recién cuando tenemos una vislumbre de esa totalidad puede cesar lo parcial: la violencia, las intenciones buenas o malas, la muerte, los olvidos, la mentira, recién entonces soy UNO, recién entonces nace la POESÍA.  

Osvaldo C. Trossero

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