Desopinemos un rato
Me sorprendo a
mi mismo jugando con la idea de estos ofrecimientos de suplentes para maestros
en huelga, me animo, a pesar de que veo en las redes antisociales que enseguida
se yerguen defensas férreas y ataques arteros: “los docentes son todos unos vagos…”, “ah, no saben lo que es estar al
frente de 40 niños enloquecidos…es casi como la jaula de los leones!!”, “¡qué
poca sensibilidad!”, “¡Fachos y gorilas!!”, “Vagos y atorrantes… qué suerte que
el nene va al Plaza-Michelangelo, boló!!” y así un montón más, con pocos
matices. Casi me quedo atrapado en la
dualidad. Primero me pongo de un lado y pienso en los niñitos sin clases y los
padres aterrados por tener que seguir aguantándolos todo el día -si la colonia
de vacaciones llegara a hacer paro, de inmediato bajaría la tasa de natalidad-.
De pronto veo que mi prima –que es docente- publica en el facebook: “ojalá y vengan por una semana a hacer mi
trabajo, que seguro terminarán por hacer paro”, entonces ya me pongo de su
lado y salgo a defender a los docentes, pobres y sacrificados, y ¡¡¡ZAZ!!! Casi me quedo atrapado en esa dicotomía
cruenta.
Pero no, me propongo volver a jugar y le pido permiso a
Oliverio Girondo, leo su “Dicotomía Incruenta” y se me ocurre que sería un gran
ejercicio ponerme por un rato, un día, una semana, en el lugar de otro al cual
critico. Jugar en serio, con las palabras y con las ideas, que para eso han
sido hechas, y juego –sí, juego!- a ponerme en el lugar del otro y quizás a
entender que ese otro tal vez sea yo mismo, que ha llegado antes que yo a algún
lugar que aún no conozco… ¿difícil? No, para eso existen la poesía y otros
juegos.
Dicotomía incruenta
[Poema -
Texto completo.]
Oliverio Girondo
Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía y forman una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa, descubro que ya estaba antes de haber llegado.
Por eso es muy posible que no
asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes, ya me encuentre en la tumba, vestido de esqueleto, bostezando los tópicos y los llantos fingidos. |
Juego, y para
no irme al extremo de ponerme en el lugar de un neurocirujano transpirando en
la sala de operaciones con un cerebro entre sus manos, o de un piloto de
aerolíneas al que le duele una muela, tal vez de un aduanero en medio de un
procedimiento cuando detectó drogas y tiene el cumpleaños de su hija de 7
añitos, o de un juez que debe decidir sobre la libertad o los bienes de otras
personas y se está divorciando de su mujer que dice odiarlo, etc., etc., en
general de personas de quienes dependen vidas y bienes en el muy corto plazo,
para que no sea tan dramático, podemos jugar a ponernos en el lugar del
panadero, ese típico, que se levanta a las 3 y media para hacer el pan, y mete
la mano en la amasadora -que a veces le lleva un dedo- y se seca la
transpiración con la masa -total es salada y nadie lo ve- y hace los miñones y
espera el reparto y le aumentan la harina y me vende el pan de ayer…. ¡¡¡Chan!!!
Mejor pruebo con el señor chino del supermercado que es recontra-vivo y se vino
desde el otro lado del mundo sin un mango, mafia china mediante, lejos de su
familia, sólo para apagar las heladeras a la noche, para ahorrar para mandarle
plata a su familia en China y que desde allá puedan al fin conquistar el mundo,
porque ya lo dijo Napoleón: “cuando
China despierte el mundo temblará”…¡¡¡Ufff!!! No, mejor pruebo poniéndome en el
lugar de un psicólogo que se viste como un hippie y me invita a sentarme en un
almohadón, prende un sahumerio de sándalo porque él no tiene problemas y
entonces escucha los problemas de otros y seguro que luego se ríe de ellos con
sus colegas, mientras toma cervezas y hacen meditaciones raras, o bien se hace
problemas por los problemas de los demás y no puede dormir bien porque se ve a
sí mismo en los dramas de los otros y, de nuevo, ¡¡CHAN!! Bueno, un último intento, me pongo en el lugar
de una monjita, una buenísima religiosa que lo acompañó a mi hermano en su
lecho de muerte y le daba fuerzas y consolaba a su mujer, con una humildad
enorme, y que claro, no hacía nada concreto, pero tampoco haría huelga y el
Estado le paga un sueldo y por ahí conocía a las monjas de los bolsos de
dólares de López y….¡¡¡RE-CHAN!!!
Y así voy
comprobando que no es nada fácil ponerme en el lugar del otro. Parece fácil,
pero resulta que cada intento se va tiñendo de mis propias ideas y mis propios
prejuicios.
¿Quién podría
decir cuál de las actividades humanas es la más importante y valorable? Podríamos intentar conocer esas labores alejándonos de nuestros prejuicios, entonces,
para ser justos, escucharíamos no sólo los dichos y opiniones de cada hacedor, sino también consideraríamos los de aquellos a
quienes estos sirven, sus clientes, pacientes, pasajeros, etc., ya que con sólo la palabra de los
protagonistas de una actividad podría suceder que se sobrevalorasen, o bien que
fuesen demasiado exigentes o humildes y se tuvieran por menos que otros,
también podrían victimizarse o sentirse superiores, cosas que los seres humanos
hacemos con mucha frecuencia.
Entonces no
nos pongamos tan ceremoniosos, sigamos jugando y volvamos a los docentes. ¡Imaginemos
que escuchásemos a los niños! Digo a los alumnitos, esos que ya se compraron la
cartuchera, o sueñan con una si no han podido conseguirla; esos que se cansaron
de las vacaciones –cosa que aun en estas épocas ocurre- y que quieren volver a verse con sus compañeros
de curso. “¿Y la Seño dónde está, por qué
no viene, no me quiere más? Y este que
dice que es “agogado”, ¿qué hace acá en el aula con esa risa rara?”... ¿Qué
dirían ellos, pensarán en las “reivindicaciones salariales” o en sus amiguitos?
¿Cómo armamos el cuadro para entender a los docentes?
Claro que el
mismo ejercicio podríamos hacerlo con muchos otros quehaceres, con todos. Quizás
debiéramos hacerlo, al menos para ver en qué lugar estamos, a quiénes afectamos,
qué ponemos adelante, qué al medio, qué después y, como de un juego se trata,
para comprobar con qué estamos jugando mientras nos creemos tan serios,
mientras opinamos.
Los prejuicios
ajenos son terribles, ya lo dijo don Bertolt Brecht, pero peores aún son
nuestros propios prejuicios, no sólo los que tenemos sobre los demás, sino
también sobre nosotros mismos. Para sobreponernos no hay nada mejor que un
espejo honesto, uno grande, que nos permita vernos y a la vez ponernos en el
lugar de ese otro, ese que no nos entiende y que nos prejuzga, ese que no sabe
nada y también de ese que no estamos viendo mientras miramos, con enorme
desprecio, al que nos desprecia; ese que es invisible, de otro tamaño, de otro
color, de otra forma, ese otro que no podemos ver porque lo damos por hecho,
que está tan cerca que lo sacamos de plano, como al pequeño niño que juega entre
nuestras piernas de adulto crecido… hagamos por un rato eso que dijo un flaco
barbudo hace como 2000 años: “Dejad que
los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es
el reino de Dios”. Dejemos que su visión pequeña nos muestre nuestras
grandes reivindicaciones, nuestros deseos, nuestras ambiciones, nuestras
labores y su verdadero valor. Juguemos y, con ojos de niños, miremos el mundo y
a nosotros mismos. Juguemos, tal vez así veamos una realidad sorprendente y
maravillosa, sin tanto esfuerzo y sin tanta opinión.
Osvaldo C. Trossero
febrero de 2017
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