Reflexiones de un habitante de un mundo, un tiempo, una semana y un día agitados



Cuentan que George Orwell, autor de “1984” y “Rebelión en la Granja”, entre otras obras,  dijo por ahí que en una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario. Parafraseándolo puedo decir que en esta época de Argentina,  traspasada por una falsa lucha entre el poder del gobierno y el de los medios masivos: que se esconden uno  en “el mal” del otro para justificar su propia incapacidad o su ambición de poder, según sea el caso; etapa maniquea tan bastardeada por la mentira permanente, mentira que se ha sumido en el cuerpo de la sociedad como se sume el agua en una esponja, que luego será retorcida por su propia carga para que pueda ser saneada, tiempo en el que hablamos de historia en tiempo presente y olvidamos como vivir el presente sin repetir la historia, en esta época de delirio anunciado con seriedad pero sin vergüenza y por sinvergüenzas, el sólo hecho de no ser manso y obsecuente, de platearse ser un funcionario consecuente en lugar de un funcional obsecuente,  parece ser casi un acto revolucionario, que  puede ser tildado de “cosa de locos”, de campaña y de montaje, de ignorancia o inobservancia, de enemistad manifiesta y hasta de conspiración siniestra.

En esta época se ve predicar la democracia y practicar la negligencia y el determinismo de ideas sin sustento y sin futuro, se ve a medios hablar de libertad y luego refrendar el atropello resaltando detalles tontos de vidas de gentes del “poder” sin intereses auténticos ni más aspiraciones que el sólo latrocinio de los dineros públicos, actos suscriptos por esa prensa sólo para no perder preponderancia entre los formadores de opinión y conservar poder de influencia.  

Tiempos estos en los que veo muchos “colegas” escondidos detrás de rostros falsamente complacientes, miedosos de decir lo que saben y, peor aún: de hacer lo que saben correcto, los veo ocultar el morro y tensar el lomo para que no les duela el látigo, personas que de tanto agacharse en el servilismo viven comiendo los sapos que siembra “la superioridad”, tanto que ya sólo les falta croar.

Estoy harto de esta dicotomía falsa en la que vivimos absortos, viendo como por un lado se preserva a inútiles __en el mejor de los casos__ en puestos estratégicos y por otro se acentúan estupideces, como viajes y costumbres superficiales y tontas de esas personas, que en verdad merecerían ser investigadas, por la prensa y la justicia, por delitos gravísimos contra el patrimonio público.

Pocos recuerdan aquí y ahora las palabras del actual Dalai Lama: “Tanto el creyente como el no creyente son seres humanos. Debemos tenernos un gran respeto”. El primer respeto, apunto, es el respeto a nuestra propia e individual capacidad de bien y de mal hacer, de bien y de mal pensar, de bien y de mal decir. Somos personas íntegras y como tales buenas y malas, positivas y negativas a un tiempo. Cuando podamos practicar esa simple verdad, presente en todo cuanto  existe, de aceptar nuestras emociones sin juzgarlas, dejarnos atravesar por ellas sin sentirnos extraños, y digo emociones y no pensamientos, cuando alcemos el alma desde el suelo al cuerpo, pasando por las emociones del corazón, subiendo por nuestra mente hasta alcanzar el espíritu, el gran Espíritu con su luz y su guía, recién entonces seremos un átomo en perfecto equilibrio y movimiento y no ésta reacción en cadena explosiva y permanente en la que vivimos de hace ya demasiado tiempo. Digo esto usando mal el plural, claro está.

Agradezco al desorden y la estupidez reinantes, propios y ajenos, que me permiten reflexionar y verme en mi proceso personal en este loco y apasionante Universo.


Osvaldo C. Trossero
Enero de 2014

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