Corazón de Piedra


La sombra de la piedra me cobija,
en cada pliegue de su forma
veo los recodos de mi vida.
Hay un agujero luminoso,
chimenea que da aire a mi guarida,
y una leve ondulación, como meseta,
que me recuerda a una mesa servida.

Un rincón fue invadido por insectos,
no molestan son un racimo de vida,
los gorriones se apropiaron de un alero
y en su canto agradecen, piden, gritan.

Tu retrato está pintado de humedades
y según la luz del día es su semblante:
cuando está nublada tu sonrisa
del sol quisiera ser un leve rayo
para tornar la alegría a tu talante.

Hay momentos de unión con esa roca,
en su curva, cueva, hueca nos mezclamos
y me hago de granito,
de diamante,
de basalto,
de caliza,
de cobalto,
y la piedra se hace un poco de mi carne,
de mis sueños,
de mis celos,
de mis años.

Otros ratos me conformo con mirarla,
en su opaca solidez allá a lo lejos,
la acuso de cerrarme algún camino,
la perdono si recuerdo el centro hueco.

Hay quien dijo que el vació es la nada
y en mi piedra encontraría un espejo,
pero es su seno y su espacio repartido
el que me abre los brazos cuando vuelvo,
es la taza que soporta el té hirviente,
y el baúl donde guardo mis recuerdos,
es la vena por la que fluye la sangre,
que le llega al corazón y al cerebro.


Es que late como el peñón en un sismo,
se rellena y se ahueca a cada rato,
a él también se le asignan rigideces,
y le achacan ser la piedra en el zapato,
sin perjuicio de tanto juicio abierto,
de tanto latir y estar partido,
aun así sostiene el sortilegio
y el tenue edificio
de todo lo sentido.


Osvaldo C. Trossero

Agosto 2 de 2010

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