Luciernhada

La otra noche volvía a mi casa en bicicleta. La oscuridad era ostensible: podía verse la nada con sólo abrir los ojos. Cada vez que pestañeaba se iluminaba un poco mi camino. Mientras temía ser arrollado por algún camión o auto poco atento a los ojos de gato de la bici, vino una luciérnaga y se posó en mi pierna, con sus colores verdes fosforescentes resaltando en la superficie parda de mis ropas. Su llegada alumbró mi imaginación, mis temores y, por un momento, me sentí más seguro de pedalear en la noche. Me acompañó un buen rato. Cuando llegué a mi casa, ella había partido, quizás a proteger a otro ciclista atrevido. No me arriesgo a calificar a ese bichito de luz más que como una luciérnaga, aunque bien podría decir que fue una pequeña hada compañera.

Osvaldo C. Trossero

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memoria Adentro - Raúl Carnota

La camorrita

Matices