El vuelo de las arañas
Despacio voy comprendiendo que volverme viejo, poco a poco, con el paso de los años, tiene sus pros y tiene sus contras. Así, en esas mañanas frescas y saturadas de humedad del otoño, amanezco con los huesos emitiendo chirriantes señales de auxilio, que mi cerebro traduce de manera indeclinable como “dolor”. Así también la agudeza visual ya no es la misma que antes. Cambio. Me toca aceptar el rito cansino del calentamiento matinal, que nunca practiqué de más joven. Ahora también comprendo que depende de mí mismo elegir y en vez de pedir un turno urgente con el oculista, simplemente me siento a ver a las arañas volar y flotar cabeza para abajo en maniobras lentas, antes inverosímiles para mí, en la quietud de los rincones de mi casa, las contemplo un largo rato en su evolución y asombrado imagino sus próximos lances aéreos. Cuando voy avanzando en este camino, a veces tortuoso, puedo volverme seco y cínico, o empezar a creer en el vuelo de las arañas y en el de otro...