Sentido contra sentido
A veces cuando enfrento la página en blanco, como ahora, cuando me encuentro con esas ganas de escribir algo, algo indefinido aun, algo que pulsa y que no tiene nombre ni forma, dos suaves torbellinos comienzan a girar entre mi pecho y mi abdomen, en el sentido contrario a las agujas del reloj. ¿Cómo podré sentir ganas de escribir algo que aun no sé qué forma y qué dirección aparenta? ¿Hay una contradicción en esto?
Esos torbellinos son emociones que aparecen y hacen mover levemente mis entrañas. Registro sus vórtices, uno a la altura del hígado o más al sur quizás, que barre entre ese punto y mi estómago, pasando por el Tan Tien y le da hermosamente forma a mi sonrisa interior; el otro entre mi pezón izquierdo y la axila. Ellos se menean, en esos ejidos. Entre ambos gira y gira una sensación interna que rebusca en los rincones otras notas que quieran emerger, un ventarrón que levanta retazos, pasto cortado, hojas viejas de diarios apenas leídos, fotos en blanco y negro, el aroma de unos líquidos oscuros y purulentos, como los que se acumulan en las sentinas de los barcos, que hacen borbotones, que emiten vapores combustibles, una bandada de loros barranqueros que es arrancada de sus cuevas que vuelan graznando adentro mío y repiten cosas incomprensibles, pero las repiten incansablemente, y un montón de otras cosas: como un triciclo un poco oxidado que se desplaza hasta que se traba con el manubrio torcido. Diría que ese espacio se parece a una obra de Dalí.
Como pequeños torbellinos puedo decir que desordenan sus nidos, sus alrededores, aunque si los miro como miraba en el árbol del fondo de mi casa un nido de palomas que se había arraigado, puedo notar que cada ramita que se junta a otra para armar la forma circular, obedeciendo un cierto orden del caos __ que sólo la paloma conoce__ cómo cada pajita, hilo y hoja, visto desde afuera es un torbellino y así un desorden, una organización escandalosa, inasible, y mirado hacia su interior es un hueco cómodo y cálido donde se asienta el embrión de una nueva vida, un huevo pintado de cáscara fina.
Miro esos torbellinos y veo cómo se alimentan de lo que levantan en el medio y cómo van soltando lo pesado, lo que no pueden sostener. Todos esos desechos, esos deshechos, caen rendidos al lodo y son cansinamente reprocesados en mi naturaleza: se hacen charcos de aceites con olor a podrido y otros crecen como plantas extrañas que luego hacen volar sus semillas hasta los confines. El viento rueda las piedras pequeñas y crean algunas chispas al rasparse. De vez en cuando hay una explosión, una llamarada que ilumina ese universo pequeño y me asustan algunas sombras.
Así miro yo mis pequeños torbellinos. Si me acerco demasiado hasta llegan a asustarme, porque no puedo notar su regularidad, y cuando alcanzo su centro y reposo en ellos por un momento, siento la preñez y la potencia latiendo desde adentro, que puede salir transformada en un trote de letras en esta página virtual o haciendo malabares con el cuerpo o en un abrazo limpio también.
No sé qué sentido pueda tener esto para otros. Para mí, el solo registro de esa potencia moviéndose a sus anchan en mi cuerpo es el sentido de la experiencia, que sin explicación vive, y si vive es real, y si es real no requiere explicaciones o razonamientos que lo agüen y lo diluyan entre porqués.
Es una forma de poner él sentido contra lo sentido y de ver qué pasa con eso.
Yo elijo: sentido con sentido. Así como suena.
Agosto 26 de 2012.
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