El ejercicio del Yo
Cada vez que yo
practico la primera persona en mí, en mí mismo, por mí cuenta, para mí, en mis
cabales; cuando transfiero las acusaciones, los juicios y las sentencias a esos
otros (a veces tan inasibles) a mí propia cuenta; cada vez que traduzco al yo
mío de mí mismo todos las diatribas y las broncas; cuando, en vez de proyectar a
la pantalla del otro, reflejo en mi propio fondo blanco mi película mental,
o escribo y hasta tal vez simplemente
digo, el discurso al otro pero dicho
para mí en primera persona del singular, acabo, invariablemente, por volverme
mucho más benévolo con los demás.
Como se ve el mío no resulta un gran acto de altruismo o la
pirueta mágica de un sabio santo, no. Resulta que con sólo ponerme el poncho
que obligo _en palabras_ a vestir a esos otros, termino por darme cuenta dónde
me aprieta la pieza y registro el calor agobiante que puede producir ese género tan
energético y abrigado llamado juicio-moral.
Es decir, que cada
vez que practico este truco egóico del yoísmo, me vuelvo más comprensivo de los
otros. Es una de las paradojas más asombrosas que he saboreado en carne propia.
Ojo, ¡esto me pasa
a mí! Lo digo para ustedes desde mi más profundo egoísmo.
Osvaldo C. Trossero (Pelu)
Junio de 2012
Osvaldo C. Trossero (Pelu)
Junio de 2012
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