He vuelto


He vuelto viejo puerto de río,

a mirarme en tus muros

y en tus adoquines;

en tus nuevos trastos viejos

y en el vacío que dejaron los gastados estibadores,

que, como tantos, cavaron sus propias tumbas,

playas y estrechas,

sórdidas,

siniestras.


He vuelto.

He vuelto vieja calle podrida,

a rodar por tus secretos,

a percibir murmullos en cada tapia

y en cada ligustro polvoriento.

He vuelto a ver las persianas desvencijadas

y las nuevas reliquias instaladas en lo alto,

como exhibiendo valores de un mundo hundido,

esas que quieren decir:

“nos resistimos al cambio,

somos la garantía del futuro hoy”,

o “¡somos lo nuevo!”

y que ya se vencieron, antes de aparecer,

aunque sus portadores, sus promotores, se proclamen modernos,

y no sean más que tontos provincianos,

que renunciaron hace tiempo a crecer desde adentro,

como las semillas,

y predican con el estuco, la mezcla

y el policarbonato,

una serie de presumidas mejoras,

que no son más que el burdo collage,

de esa tonta gente sin alma,

capacitada,

tan instruida y desarrollada

para amar pedazos de plástico,

retazos de chapa y colores brillantes,

pero no por más de cinco minutos,

que renovarán, sin excusas o con ellas,

para caer de nuevo en la invariable decadencia que a lo novedoso

lo vuelve añejo

y no clásico.

Pobres sombras en el telón divino donde se teje la vida día a día,

ante los ojos de cada uno,

que somos todo,

incapaces en nosotros de ver los bites que componen el gran cuadro pintado en tiza;

ese yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos;

ellos que no elevarán su vista,

su sentido y su destino,

más allá de las grises balaustradas,

que hábilmente reemplazarán por un mugriento pedazo de hormigón armado,

amargo,

y dormido,

por los siglos de los siglos,

amén.



Osvaldo C. Trossero

22-09-2007

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