Como una Estatua

Una noche solo, como una estatua, pensaba justamente en la soledad de las estatuas. Miraba uno de mis ocasionales dibujos y pensaba que todavía no se me había dado por la escultura, y ahí justamente en ese momento, se me ocurrió: las estatuas se deben sentir muy solas.

Abandonadas en las plazas, aun en un atelier, no forman parte de las cosas, no se mimetizan, siempre expuestas al ultraje de las miradas y las manos ajenas, incapaces de ejercer defensa alguna; cagadas, meadas y mojadas por el rocío, siempre con frío, o con un reverberante calor...y aun así siempre frías como su alma de mármol, bronce o cemento, con un destino de sufriente eternidad...¡un asco!

Me pareció sentirme solo, solo como una estatua, pero, por suerte, mi soledad tenía la medida de mis acciones y eso me diferenció. Ya no me sentí desguarnecido, como una estatua...Louis Armstrong flotó y ya no me sentí abandonado al destino...experimenté la tristeza, suave compañera de noches sin amor; pero el teclado aún seguía en mis manos; tristes, pero obedientes manos.

Osvaldo C. Trossero

1996

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